En 1998, con Andrés Pastrana, la Constitución de 1991 sufrió una contrarreforma que incidió en los cinco Planes Nacionales de Desarrollo futuros. Desde ese entonces, el neoliberalismo se despliega en Colombia junto con un escenario de pobreza multidimensional, de pobreza monetaria, de desigualdad regional y de vulnerabilidad social en términos de las brechas regionales cada vez más agudas y evidentes.
Lo propuesto por el Plan Nacional de Desarrollo ‘Colombia Potencia Mundial para la Vida’ le da vuelta a esos planes de gobiernos anteriores que redujeron a su mínima expresión las capacidades de participación de la población en las decisiones sobre sus territorios y proyectos de vida. Lo que se busca ahora es una nueva visión para el buen vivir, un nuevo alcance, una nueva arquitectura del Estado, haciendo presencia en regiones y lo más importante, el reconocimiento de sujetos históricamente desconocidos y estigmatizados en gobiernos pasados.
Quiero resaltar tres elementos para reafirmar por qué este Plan Nacional de Desarrollo marca un acontecimiento en la historia del país. En primer lugar, esta hoja de ruta programática permite abordar de manera integral las distintas transformaciones que Colombia requiere. Este es un Plan de Desarrollo que ratifica el programa de gobierno elegido por la inmensa mayoría de los y las colombianas. Estos objetivos de cambio se materializan en lo que el plan denomina ‘Transformadores’.
Estos transformadores son: Ordenamiento del territorio alrededor del agua y justicia ambiental; seguridad humana y justicia social; derecho humano a la alimentación; transformación productiva; internacionalización y acción climática y convergencia regional. Desde ahí se van a garantizar los derechos, pero también se van a fortalecer y a afianzar las capacidades de todos los colombianos. El derecho a la movilidad, el derecho a la salud, el derecho a la educación y el derecho a la vivienda, entre otros.
Es necesario minimizar las situaciones de desigualdad que afectan la vida de la gente en contextos como la mortalidad infantil, el hambre que está en varias regiones del país y las exclusiones que sufren. Para no ir muy lejos y como ejemplo está la localidad de Sumapaz en Bogotá que no está conectada como lo está la de Chapinero, pese a que ambas son parte del Distrito Capital.
Esa mirada regional nos permite identificar cómo la presencia del Estado durante décadas no sólo no ha combatido la pobreza y la inequidad, sino que en muchos casos ha contribuido a estos fenómenos generando brechas de desigualdad entre regiones. Lo que se busca es justamente que esas brechas se disminuyan potenciando la vitalidad regional en Colombia, que va desde la Amazonía hasta la Guajira, desde el Catatumbo hasta el Andén Pacífico. Esa vitalidad es una fortaleza del país y está íntimamente relacionada con la transformación productiva en relación al cambio climático. Por eso este Plan nos permite avanzar hacia el propósito de volver a ser una despensa agrícola y energética, un eje para el cuidado de la biodiversidad y los ecosistemas, y nos permite abocarnos a un proceso de reindustrialización.
Lo anterior se complementa con el objetivo de ordenar el territorio siguiendo las dinámicas del agua. Cada una de nuestras configuraciones regionales tienen que ver con dinámicas de flujos de agua muy diversos: el agua como elemento, como recurso para el desarrollo de políticas públicas desde diferentes agendas y Ministerios y, a su vez, articularse con los objetivos propuestos: el Derecho Humano a la Alimentación. La urgencia de esto se evidencia en la realidad de más de 87 municipios de Colombia que están en un nivel alto de desnutrición y en la de alrededor de 427 que hoy no tienen la posibilidad de comer tres veces al día. La seguridad alimentaria es un derecho y sin este la paz no es posible.
Una segunda perspectiva para entender la importancia de este Plan de Desarrollo tiene que ver con los sujetos que este potencia como protagonistas del buen vivir.
Se resaltan las vidas campesinas que en el Plan Nacional de Desarrollo no son sólo reconocidas como sujetos de derecho, sino como sujetos políticos, protagonistas del territorio y de la cultura. Se visibilizan las economías populares que garantizan el flujo mercantil, de intercambio, del cuidado y que son fundamentales para el bienestar de Colombia. Las comunidades organizadas son las grandes protagonistas. Las comunidades energéticas que permitirán una articulación para producir energía desde las veredas y los barrios; los consejos del agua como espacios para la planeación territorial, todo esto articulando diferentes agendas institucionales y con el objetivo de profundizar una dinámica de participación incidente para la ciudadanía y sus diferentes expresiones organizadas.
Finalmente, la última perspectiva que permite evidenciar las transformaciones que trae este Plan tiene que ver con la forma de entender la arquitectura del Estado y su despliegue regional. Venimos de un modelo centrado en el mercado y, sobre todo, en los beneficios de los procesos de desarrollo económico neoliberal que fueron limitando el Estado y reduciendo las capacidades de participación de la gente.
Para que Colombia sea potencia para la vida se deben establecer las bases de un nuevo modelo de desarrollo. Por ello se requiere avanzar en dos elementos claves: el primero, una nueva manera de construir la presencia del Estado en las regiones y la arquitectura de este en las instituciones centrales y descentralizadas, y el segundo, fortalecer, incentivar y reconocer las distintas expresiones del poder popular presentes en las diversas formas de organización social, popular y comunitaria. Sembramos con el PND las bases para este cambio y establecemos nuevas prioridades que corresponden a una defensa de lo público y lo común que responda a esos sujetos organizados y a las prioridades comunitarias.
Estamos creando un precedente para los planes de desarrollo futuros de Colombia. Lo que hemos logrado son los pilares que empezarán a redefinir las prioridades que permitirán alcanzar el bienestar para todas y todos los colombianos.